El sueño y el territorio son conceptos que revelan la complejidad humana. El sueño es un estado reversible de desconexión sensorial y motora del entorno, esencial para la equilibrio corporal, es un mecanismo restaurador fisiológico y racional. Por otro lado, el territorio es una construcción que refleja las relaciones de poder y la organización espacial de la sociedad. El territorio no es solo un espacio físico, sino también un espacio de significados y prácticas. Ambos cruzan el sentido de nuestra identidad de forma cotidiana, revelan la riqueza y la diversidad de la experiencia humana.
Nuestro objetivo es realizar un Festival de la imagen para explorar los márgenes de las narrativas utilizando la fotografía como medio de investigación.
MargenFest nació del recorrer los festivales de fotografía de América Latina, ricos en intercambio de experiencias multinacionales y con un enfoque participativo. Nos inspira el ambiente acogedor de las experiencias creativas del Festival de Fotografía Impresa, del Festival Internacional de Fotografía de Valparaíso y las redes como Imagen Salvaje. Nuestra razón de ser es la de promover el intercambio entre profesionales de la fotografía, buscamos crear puentes entre fotoperiodistas, educadores, estudiantes de fotografía y de artes, con el mundo del fotolibro en Suramérica. Nuestro objetivo es explorar los límites de lo visual, utilizando la fotografía como una herramienta de investigación.
Compartimos el texto curatorial escrito por Juan Antonio Molina como detonador para la creación libre y tu interpretación de Sueño y el territorio.
“Mi primera interpretación de los términos “Sueño y territorio” está basada en el desplazamiento y los emplazamientos. En realidad, la primera vez que escuché esta asociación entre sueño y territorio, pensé en las migraciones. Tal vez porque en el caso de los flujos migratorios desde los países pobres hasta los más ricos, la palabra “sueño” connota un anhelo, una meta y un ideal. Todavía se sigue calificando como “sueño americano” al imaginario de prosperidad individual, esfuerzo-recompensa, libertad y confort que impulsa a miles de latinoamericanos y migrantes de otros países hacia la frontera con Estados Unidos.
En todo caso tenemos varias maneras de interrogar la asociación sueño-territorio: ¿sueño con un territorio? ¿sueño en un territorio? ¿el sueño es el territorio? Y es probable que esas preguntas sólo sean relevantes si las referimos al relato del sueño. ¿Se trata de interpretar los sueños o se trata de interpretar la narrativa del sueño? Eso es lo que nos conduce a las preguntas sobre la función del territorio en el sueño.
En primer lugar, tenemos claro que a menudo soñamos con un espacio que podemos considerar territorio, a partir de dos elementos: su acotación (un territorio siempre tiene fronteras) y su particularidad cultural (lo que en el sueño puede devenir una “identidad” asociada a la memoria del soñante. En ese sentido el territorio es modelado como un espacio afectivo y es, obviamente, un espacio imaginado, un espacio interno.
La segunda pregunta la podemos replantear así: ¿Cómo influye el territorio en el soñar? Sólo lo podemos comprobar soñando en diferentes territorios, y en realidad la pregunta sería: “¿Cómo influye el viaje en el soñar?” Y de ahí se derivan dos experiencias: viajar mientras sueño y soñar mientras viajo. La primera puede tener que ver con la ritualidad, el chamanismo y otras prácticas que le dan un sentido mágico al soñar, como separación del alma y el cuerpo. En ese caso no es el cuerpo el que viaja.
En el soñar mientras se viaja, sin embargo, no parece haber nada peculiar. Habría que verse cada caso por separado porque el sueño en esas circunstancias no responde a un orden ritual.
¿Cuáles son los rasgos generales de una narrativa del sueño? En primer lugar, la narrativa del sueño suele ser considerada una ficción. Pero ficción que no oculta un residuo de factualidad. Pudiéramos decir: “el hecho es que soñé y que soñé con hechos”. De ahí su efecto inquietante y su peculiar verosimilitud, que en conjunto ponen en jaque la noción de realidad.
En segundo lugar, el narrador asume el protagonismo de un narrador omnisciente y ubicuo, que está en el centro de la acción, pero todo el tiempo se ve a sí mismo desde fuera. Además es un narrador al que se le escapan detalles, se le olvidan cosas y de pronto parece poco útil como testigo. Por otro lado, yo tengo la sospecha de que todos los personajes son una representación del propio soñador. Eso pudiera pasar en una novela también, pero es por una serie de decisiones que toma el autor. En cambio el soñador no elige con qué ni con quién soñar, ni cuáles perspectivas incorporar a su sueño.
Contar un sueño equivale a compartir una experiencia, íntima, pero con cuyo recuerdo no queremos quedarnos a solas. Y a propósito de recuerdos, ¿no será que también contamos los sueños para que no se nos olviden? Tratamos los sueños como vías de acceso a un archivo, del cual sólo podremos obtener dos o tres fragmentos en cada visita, ilógicamente relacionados y con tendencia a desvanecerse pronto. Con el tiempo y un poco de perspicacia, uno puede advertir recurrencias que denuncian obsesiones, traumas, deseos, o simplemente el deseo, el miedo o la ira que buscan un referente donde encarnarse.
Lo mismo pasa con la fotografía”.
Juan Antonio Molina
Escuela de fotografía Página en blando
Curador y director